I. AMORES DE CALISTO Y MELIBEA
Aucto primero
Primer encuentro de Calisto y Melibea. Calisto le declara su amor
CALISTO. En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.
MELIBEA. ¿En qué, Calisto?
CALISTO. En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotasse, e fazer a mi
inmérito, tanta merced que verte alcançasse, y en tan conueniente lugar, que mi secreto
dolor manifestarte pudiesse. Sin dubda, incomparablemente es mayor tal galardón que
el seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías que por este lugar alcançar yo tengo a Dios
offrescido. ¿Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como agora
el mío? Por cierto, los gloriosos santos que se deleytan en la visión diuina, no gozan
más que yo agora en el acatamiento tuyo. Mas, ¡o triste!, que en esto deferimos, que
ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienauenturança, e yo misto me
alegro con recelo del esquiuo tormento que tu absencia me ha de causar.
MELIBEA. ¿Por gran premio tienes éste, Calisto?
CALISTO. Téngolo por tanto, en verdad, que si Dios me diesse en el cielo la silla sobre
sus santos, no lo ternía por tanta felicidad.
MELIBEA. Pues, avn más ygual galardón te daré yo, si perseueras.
CALISTO. ¡O bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra auéys
oýdo!
MELIBEA. Más desuenturadas de que me acabes de oýr, porque la paga será tan fiera
qual meresce tu loco atreuimiento, e el intento de tus palabras ha seýdo: ¿cómo de
ingenio de tal hombre como tú, auer de salir para se perder en la virtud de tal mujer
como yo? Uete, uete de ay, torpe, que no puede mi paciencia tolerar que aya subido en
coraçón humano conmigo en ilícito amor comunicar su deleyte.
CALISTO. Yré como aquel contra quien solamente la aduersa Fortuna pone su estudio
con odio cruel.
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